VII. Dentro del cuchitril
Dentro del cuchitril sin ventanas aumento
el ayer donde giro y tramo explicaciones.
No salgo de aquí, el ayer lleno de sospechas.
Debo creer el porqué no haber fundado, al pasar,
sobre cada mosaico, una ciudad antigua.
Digo que este es el precio por no subirme
sobre el primer caballo al que temió mi padre.
En una de esas Alejandrías —planifico— tendríamos un puerto
abierto sólo de noche para el tráfico de aullidos.
Un aullido es un infante con un zurrón de cartas
a través de un país ocupado.
Y se arrastra, aunque nieve o llueva, y puede aparecer
de pronto en la puerta
de la última casa, de la última habitación
—lo hemos visto acercarse durante tanto tiempo,
avanzando en secreto siempre bajo las púas—.
Tememos la noticia de que nuestra carne
haya sido puesta y retirada del asador
sin que nos invitaran a probar, sin estar presentes
como Dios manda en un acto tan definitivo.
Y nos quedamos mirando hacia el vano de la puerta
sin creer, sin saber si quizás con un buen caballo
hubiéramos cruzado a tiempo la noche, el país que nos separaba.
En: Llamadme libertad (Neo Club Ediciones, Miami, USA, 2017).