Pequeña petición de asilo político a san Francisco de Asís
En la patria torcida de mis ojos cerrados
soy las aves que cazan y torturan con ecos.
Si crees que ando de espaldas al sol, lanza en los huecos
de mi rostro las negras semillas de tus prados,
los gritos… y verás abrirse estos candados.
Dame, hermano Francisco, la libertad salvaje
para alzar desde el polvo al polvo eterno viaje.
En el triángulo rojo de mi pecho una espina
ha nacido al revés, una estrella, y se empina
breve como si fuera nuestro pobre equipaje.
Hermano, me azotaban con la fe de un gladiolo
castrado por la luna, y ando de puerta en puerta.
No quiero estar dormido cuando dejen abierta
la rejilla de tu huerto. Quizá en silencio y solo
burle entonces las flechas venenosas de Apolo.
Dame el aliento manso de humillados recintos
donde la nieve abrigas. Se esparzan mis instintos
hartos de hallarse firmes bajo el árbol del alba.
Y se hunda mi memoria en el trueno que salva
tu obscenidad, los pocos pliegues de luz distintos.
En: Luces de la ausencia mía (Colección Arabuleila, Ayuntamiento de Armilla, Granada, España, 2001).