Ovejas
Cuando la demasiada memoria
acuchille las gargantas como tallos tiernos,
cuando demos la espalda definitivamente
atrás dejando sin auxilio nuestros ojos,
¿quiénes se habrán descarriado en verdad?
¿Las mudas, inocentes aún, siempre por nacer?
¿Aquella triste, encastillada en su lejanía
que atesora por vados y despeñaderos
el último rescoldo de su propio contraste,
la llave fugaz y única
que abrir podría su mismo castillo,
su huella leve en el viento?
Debe haber más de un sueño, cuando siempre,
tornando ya al redil de las pequeñas formas,
nos cuentan otra vez desde el dudoso origen.
Manantiales apacibles
—sin el centro vacío que expulse hacia lo alto—
de una mancha intrincada —tal vez carne—
y muelles espejismos —tal vez no, tal vez alma—
erramos siempre exentas de ajar la verdad.
Cruje,
entre el cristal de las generaciones
que labran los planetas en torno a río y ciervo,
una puerta, una rama, grávida,
como el mar monosílabo
de unos labios cerrados.
El pastor huye ante la desaforada
multitud de sus pasos.
En: Revelaciones atado al mástil (Ediciones Ávila, Ciego de Ávila, 1996).