La conquista
No bien hube sentido el continente
para quien Dios simula no hallar nombre
quemé las naves, tablas de aquel hombre
que en Sinaí le hablaba al sol poniente.
Me adentré en el estudio de tristezas,
minas a cielo abierto, cenizales,
alumbrado tal vez por otoñales
ojos en flor sin fondo, sin cortezas.
Sé hablar sólo de mí. Labro un camino
hasta salir del bosque ya, de mí.
Si clamé ¡Tierra!, ¡Noches!, ¡Oro!, si
digo Aquel, acrisolo más mi vino.
Y en esta soledad como una selva
amo la oscura desnudez del viento.
En: Revelaciones atado al mástil (Ediciones Ávila, Ciego de Ávila, 1996).