Habitación de un día I
Estoy encima del mundo
escribiendo palabras que vuelan de mi mano.
Poderoso habitante del país furtivo
que es la mañana: dueño y libre de todo
como por añadidura;
viajero casi insomne en otra de esas noches
inevitablemente fugaces, venideras,
a pesar de que yo aún me defienda otro minuto
entre cuerpos que pasan, tatuajes
y canciones que se hinchan bajo la luz,
es inútil seguir disimulando:
sólo contigo hablo.
Si parece que canto, grito o callo con fuerza
ante el padrastro y el coro de mi patria afilada,
si cuando escribo parece que extraigo mi silencio,
como un colchón orinado, a que reciba el sol,
si mis palabras parecen dirigirse por lo bajo
a alguien que cuida la entrada a barcos y aviones
para que me den lugar, partir, moverme
o estar o revivir como el agua subterránea,
en el fondo no es así:
sólo contigo hablo.
Huésped de un motel en las afueras.
Intentas no temer, no quedarte dormido
a pesar del insecto que roe las paredes,
a pesar del heroísmo y el fracasado olor
a absoluto, a máscara entumecida:
canto para ti.
Solo disfrutas la techumbre transitoria,
habitación de un día; el porvenir
que en la borrachera del sueño
crees que a nadie alquilaste
y nadie lo ha construido y nadie
va a quitártelo con exactitud
como a veces se ponen y retiran las trampas.
Canto, grito para ti.
Pero está bien que te desentiendas
del grifo y de la ventana y del cielo, abiertos.
Pero está bien que descubras
que el huésped de al lado escarba en la pared
como un tercero,
como si esto no estuviera sucediéndote,
como quien ya ha partido:
canto, grito y callo con fuerza solo para ti.
En: Textos muertos (Ediciones Ávila, Ciego de Ávila, Cuba, 2015).