Enrique Saínz
«Estamos en presencia de una poesía severa, auténticamente severa, grave en su oscuridad sintáctica, en la pesadumbre que el autor ha venido sufriendo mientras contempla su paisaje inmediato y el paisaje de la patria, uno y el mismo en la medida en que la distancia que él está mirando ha perdido ya su plenitud, ahora imperceptible por la presencia de las amargas vivencias de la Historia, cuya entrada en el paisaje cotidiano y en el hacer inocente ha venido a opacar cualquier posible ensoñación. […]
Hay un drama en este poemario, pero no como los que suelen revelarnos los poetas, aunque este también tiene similitudes con aquellos, como el desgarramiento que experimenta el creador, quien se siente lacerado por hechos y conflictos que en buena medida lo rebasan y ante los cuales se siente impotente, incapaz de hallar una apertura hacia otro espacio y hacia otras posibilidades de supervivencia. Estos textos nos hacen pensar que el conflicto que subyace en ellos es de una naturaleza arrasadora y que son absolutamente insalvables. Hay una cerrazón ontológica de la que es imposible salir, un peso abrumador que nos hunde o nos deja perplejos, sin poder transformar nuestra vida interior hasta encontrar una expectativa redentora. De ahí el rigor inflexible de la mirada, de la sintaxis, de la adjetivación, un rigor del que nada puede escapar por ninguna senda.
La realidad se ha impuesto en estas percepciones de un modo férreo, con una dureza que da la tónica general de los versos, esa aspereza que no admite edulcoramientos y que nos hace meditar de una forma diferente, tan diferente como distinta es esta manera de sentir de la que estamos habituados cuando leemos a otros poetas».
«Prólogo», en Textos muertos, Ed. Ávila, Ciego de Ávila, Cuba, 2016.