corazón del arpista
perfectos oidores, acérquense
a mi madero, sinfonía en adarmes.
la muerte es un trabajo que no cansa.
no muere este cansancio que trabaja por mí
del otoño al molar, del patriotismo al sueño.
sopla la cortadura al árbol contra el lente
y puedo ver y tengo en mi mano esta flor
que ha esperado un viejo discurso junto a la hoguera.
sea limpia mi náusea, cubra el amanecer
en lugar de la chispa que se desprende del durmiente.
la forma va a subir, sí volveremos al camino
sin báscula de alivios del ojo en noche nueva,
sin más luz para azorar murmullos del camino
—sostendré
el silencio
de mi flor
otra vez tan medido y esparcible
como miedo de sierpes confinado al desierto.
¿sí, verdad que es santo el vacío
del corazón? ¿verdad que rozas el miedo
a tener tu cabeza tallada en un armario?
la carne de la flor no descansa en sus laberintos.
puedes vencer la puerta que da al ansia del perfume
sin voz con que envolver su atrocidad.
sólo es medio kilogramo de carne
pasado por el frío, y salva: hueco donde dejar la mano
después de escribir por qué el frío llena, por ejemplo.
coman mi corazón que no adoptó otra burla
cuando se consumía en los platillos
de la balanza. guías
jóvenes y afilados en las utilidades
—vidrio blando del oído,
música desesperadamente afuera—,
mi mano es este idioma que arde junto a la flor.
En: Caja negra (Ediciones Unión, La Habana, Cuba, 2006).