Acotaciones urgentes a una escena de la décima
Escribir acerca de la décima, confirmar gradaciones tan distendidas como los complejos períodos de formación de una cultura regional, sin dejar de asumir un sentido de unidad que derogue cualquier fricción entre la cultura oral y la libresca, además de abrir modestamente el obligado abanico de las precisiones menores, pero escribir con pulsación escueta y ágil, es una paradoja casi sin límites, insoluble, que me he propuesto demostrar en las siguientes líneas. Insisto: no resolver, sino demostrar. Nunca antes se había recopilado la poesía avileña bajo imperativos de semejantes dimensiones, por el interés de abolir las cuadrículas del tiempo. Este es el primer punto: toca aquí agradecer a Fredo Arias la oportunidad de lucir el cuerpo de un devenir poético que hasta ahora habíamos mostrado sólo por partes muy aisladas. Cuando me solicitó llevar a cabo esta empresa, él no conocía aún mis andanzas como investigador de la estrofa mimada por los cubanos. Una cosecha de décimas de Ciego de Ávila, vendría entonces a hacerle justicia a una de las zonas de Cuba más fértiles. La perseverancia en la recopilación y el estudio, me había llevado a hundirme en los subsuelos de la memoria popular, y ya empezaba a consentirme con la puesta en evidencia de un complejo patrimonio literario. Pero ese no sería el único examen a vencer en nuestra antología, quizás ni siquiera el principal. Esta vez, un instrumental científico desarrollado por Arias, sería puesto al servicio de la décima, y, de manera recíproca, esta convendría en esclarecer los postulados del amigo. Aquí no quisiera detenerme en explicaciones sobre una labor crítica que se justifica a partir de la entrega de gran número de antologías poéticas, las que sobresalen en estanterías alrededor del mundo. Ahí están los incontables prólogos de Fredo, sus ensayos, estudios comparativos, y ese universo de lecturas y referencias que desbordan el marco del psicoanálisis contribuyendo a hacer florecer ramificaciones de la mejor poesía universal. La comodidad a la hora de interpretarlo, sin leerlo todo, y sin rastrear su arduo proceso de formación, nunca deberá brindamos mejores dividendos. Yo no me siento con suficiente erudición en la materia como para salir al ruedo. Humildemente, apenas puedo argüir que sólo creo en una interpretación de la poesía justa, valedera, que en sí misma consista también en un hecho poético. Y esta legitimidad de la experiencia fundamental del creador-autor-lector-intérprete, está dada para mí más allá de lo vigoroso de cualquier proceso autosuficiente, según la capacidad de hacer tangible una noción productiva de la poesía: levantar en tomo a nuestro ejercicio del criterio sectores de libre flujo, asociaciones fecundas, puentes, mesetas, apoyaturas para sistemas críticos positivos que den libertad a la energía vital y propicien la continuidad en la fundación de las imágenes poéticas. El factor que nos seduce a través de la presente antología —la concepción de cuerpos celestes, una conducta singular asimilada por la materialidad del pensamiento poético—, es centelleo autónomo y suficientemente melodioso, que nos compele a abandonamos a su búsqueda.
II
A través de los años la décima ha mantenido una importancia capital en el entramado cultural de la provincia de Ciego de Ávila. Tal vitalidad se debe a un complejo sistema que con mayores o menores indicios quizás pudiera rastrearse desde los años de la conquista y la colonia. Sin embargo, en beneficio de esta salud que a principios del siglo XXI ostenta, y para la presencia sugestiva que mantiene como tradición sobre las más diversas variantes actuales de composición y transmisión, es justo destacar que quizás ningún otro período haya sido más determinante que la primera mitad del siglo XX. Y dentro de esta rica etapa, quizás ningún fenómeno social haya ejercido tanta influencia como los asentamientos de emigrantes canarios que se produjeron en nuestros campos y contribuyeron a darle forma a los principales núcleos urbanos. La construcción de La Trocha de costa a costa (terminada en 1872), con fortines cada dos kilómetros desde Júcaro a Morón, había fracasado en el objetivo militar de reducir la guerra de independencia a la parte oriental de la isla, mas había acumulado una infraestructura social que terminó por erigir, junto a la línea de ferrocarril que unió ambas costas, una importante columna vertebral de poblados y bateyes. Por último, cuando cesaron las guerras de independencia, la riqueza natural de unas tierras llanas que surcaban innumerables ríos y arroyos, atrajo a gran cantidad de familias. Ni siquiera los poderosos vecinos del norte escaparían al influjo. Con su proverbial ojo avizor para la fortuna, agricultores norteamericanos se aventuraron a hacer del poblado de Ceballos, a sólo quince kilómetros de la ciudad de Ciego, un emporio naranjero: construyeron grandes hoteles, sembraron, y terminaron dejando aquí huellas de lo que fue su principal colonia en Cuba. La ruta del tabaco pone en evidencia a lo largo de Cuba las mismas peregrinaciones de los canarios y de la décima; y Ciego no fue una excepción en este mapa. Con los inicios de la pasada centuria, este grupo étnico, que en nuestra isla siempre asumió aquellos trabajos y límites de residencia más humildes, comenzó a impulsar una industria de tradiciones que pasaría a convertirse en poco tiempo en una de las más prósperas y tangibles de nuestra historia.
Según testimonios de la época, parece que la nostalgia era un rasgo distintivo entre los emigrantes isleños, quienes buscaban la manera de ocupar el escaso tiempo libre que les dejaban sus duras faenas para reunirse y alimentar su memoria mediante ejercicios lúdicos de la imaginación, con historias reales y ficticias, juegos, fiestas… En semejantes circunstancias, desde un principio la décima impuso su norma, era el vehículo idóneo para sostener un diálogo activo con los nuevos paisajes, explorar motivos de unidad y experimentar formas de participación colectivas que drenasen una fuerte carga de sentimentalismo. Por doquier surgieron fiestas, algunas con un carácter más espontáneo como los guateques y las parrandas, otras mejor organizadas como las verbenas y las fiestas de bandos —entre éstas, sobresale la Fiesta de los Bandos Rojo y Azul en el poblado de Majagua, que goza todavía de enorme vigor—, algunas con un sentido más religioso que otras, todas dominadas por el espíritu de confraternización y por la inquietud creativa y fabuladora.
Con la llegada de la imprenta a Ciego de Ávila (1865), empieza a levantarse una espiral de publicaciones periódicas que aumentaban y se diversificaban, sirviendo de abono al progreso de la décima y sus cultores populares. La letra impresa, da testimonio de que la décima encontró aquí un modo nuevo para afianzar su estrecha vinculación con la vida cotidiana de las vecindades. El acontecer diario, las campañas políticas, el noticiario criminal, escarceos amorosos, y en fin la vida social, llena de frivolidades, costumbres y pasiones, se convirtió en la materia prima de decimistas que preferían ponerse a buen recaudo detrás de seudónimos tan pintorescos y románticos como aquellos que seguían usando los repentistas en sus lides a cielo abierto. Al llegar la radio al territorio, se convirtió en una catapulta para la décima improvisada. La primera emisora fue fundada en 1924. Poco después ya existían tres emisoras comerciales en la ciudad de Ciego, y en cada una de ellas prevalecían los poetas repentistas como artistas notables, que por la ductilidad de su arte podían animar programas muy diversos desde las primeras horas de la mañana hasta la puesta del sol. Era entonces la décima una presencia que saturaba el ambiente, era el espacio y el oxígeno en que latían todas las criaturas y fantasmagorías de la realidad social. Y aquellos poetas, ubicuos como diosecillos de la floresta, le insuflaban vida a cada cosa indistintamente, con genialidad absoluta, metamorfoseándose en voceros de partidos políticos, anunciantes de comercios, reseñistas de las noticias de actualidad, personajes de novelas, etc., sin dejar de halagar siempre a su público contestando en versos la abundante correspondencia que recibían. Un cotizado laudista de la época, cuenta que hubo períodos en que se vio “obligado” a actuar un mismo día hasta en trece programas distintos de las tres emisoras, por lo que terminaba de acompañar a una pareja de poetas en una estación y, casi sin tiempo de afinar su laúd, debía salir corriendo para otra estación. Así tenemos que, entretanto los libros que surgían de los pequeños círculos académicos llevaban el sello del neoclasicismo y el neorromanticismo, por una vocación elitista que excluía a la décima, y sus escritores debían costearlos con grave daño para su peculio personal, los poetas improvisadores se las arreglaron para hacerse un público habitual y para convertir su arte en un medio de vida.
La época de oro de la décima improvisada en Cuba, que se inicia con la entrada de la radio a la isla (1922), y coincide con la época de los poetas peseteros, tuvo en Ciego de Ávila una meca. Esta atracción que ejerció el territorio sobre las principales voces de la décima improvisada del país, para que vinieran a vivir o hacer temporadas aquí —Jesús Orta Ruiz, Luis Gómez, Chanto Isidrón, etc.—, tradicionalmente se achaca a la prosperidad de una zona donde proliferaban los pequeños comercios, y al dinero que corría abundante en comparación con otras zonas. ¿No es de notar que debía existir un público amplio, propicio, conocedor y degustador de la décima igualmente en un grado excepcional? Sin dudas, así lo fue: nuestras emisoras de radio, nuestros pueblos y campos, se convirtieron en parte principal de aquel crisol donde se fundió el oro de una décima viva, carente de la afectación de gran parte de la literatura édita en Cuba durante fines del siglo XIX y principios del XX. Casi la totalidad de esta obra decimística quedó perdida de un modo irremediable, porque no fue hecha sino para diluirse en el aire de nuestros valles y en la emoción sencilla de sus habitantes. Impulso generatriz, tanto de la obra poética como de la expectativa que había en el público, lo era la improvisación: un efecto imposible de transferir íntegro. No obstante, indicios quedan. Y quedan más allá de la décima improvisada que se tradicionaliza, pues sería un grave descuido reducir la importancia de la décima popular a su raíz improvisada, o encasillar a los sacerdotes de la literatura oral en la línea de sus éxitos como repentistas.
La naturaleza performática de la décima improvisada, se prolonga a través de toda una zona mayor del cultivo popular, donde son protagonistas en gran medida aquellos mismos poetas cantores que persiguen sus hazañas en las canturías, pero que alcanza un estado superior de sublimación cuando llega a confundirse con la vida misma, con la sucesión de los días y las noches y el azar de la cotidianidad. Esta no es la antología que pueda recoger tal patrimonio, ni es este el ensayo donde yo pueda explayarme en busca de contrastar semejantes claridades. Apenas apunto aquí este sendero, por el que no andaré ahora, con tal de llamar a conciencia sobre una realidad poética muy plural, cuya lucidez debe rescatarse con el mismo respeto por las contextualidades que se pone usualmente en el tratamiento de la poesía improvisada.
Mientras espero poder publicar más temprano que tarde los resultados de mi investigación sobre este patrimonio, son diversos los baluartes que aguardan por salir a flote en el reino sumergido de la historia de la décima popular. Con la época de los poetas peseteros, tuvimos también el florecimiento de una literatura que no llegaba ni a la peseta siquiera, colmo de fenómeno social: impresas en hojas sueltas, los poetas cambiaban sus décimas por centavos. Es de imaginar la gran influencia que debe haber ejercido esta literatura sobre grandes masas humildes que no podían costearse espectáculos más costosos, o al menos no con la frecuencia que lo permitían aquellas hojas sueltas. No sólo se distribuían novelas en décimas de Chanito Isidrón, o controversias de los colosos de la radio nacional, pues los clientes querían verse reflejados, necesitaban sentir sus circunstancias inmediatas, y eso nada más podían hacerlo poetas autóctonos, con obras originales. El resultado fue una literatura equivalente a la que se conoce en el nordeste de Brasil, allí llamada “De cordel”, tan rica como aquella en leyendas, historias de sangre y fantasías. La tradición se extendió hasta los primeros años de la Revolución, cuando todavía la trashumancia de los poetas cantores no era mal vista. Hace poco ha llegado hasta mí una de las últimas referencias de este mercado ambulante: la noticia de la muerte del Ché en tierras bolivianas, quizás conmovió más a la población de Ciego de Ávila porque un poeta viejo en el oficio salió a la calle con sus décimas escritas e impresas en tiempo récord, y las vendió todas en ese mismo día.
III
A la Revolución siguió la profesionalización de los improvisadores dentro de las emisoras de radio, una mengua significativa del número de programas, y la extinción de un estilo de vida expuesto a los percances de trillos y caminos. En emisoras de radio, periódicos y revistas desapareció el vedettismo de nuestra estrofa nacional. Marca esta nueva etapa el colectivo de decimistas de la zona norte de la provincia, que crearon el grupo literario “El valle de las garzas” en 1964, y luego conformaron el Taller de Decimistas Juan Cristóbal Nápoles Fajardo en el poblado de Tamarindo (1968), al parecer el primero de su tipo en el país. Integrado en su totalidad por isleños y descendientes de isleños, este movimiento convocó a los decimistas más notables de la zona. Hombres que trabajaban la tierra, pero que en sus horas libres se aplicaban a estudiar la literatura universal, decidieron unirse para organizar mejor el proceso de autosuperación, limar sus deficiencias técnicas y coadyuvar a la divulgación de su obra. La mayoría eran improvisadores, incluso tuvieron a su cargo programas de lunes a viernes en la emisora radial de la ciudad de Morón. Nuevos vientos soplaban, anunciaban una era de progreso donde quedaría abolido cualquier signo de precariedad, entonces un común sentimiento de vergüenza vino a imponerse, referente a quienes en la sociedad anterior habían visto su genialidad emparentada con los estigmas de la mendicidad. Ya en la obra de estos nuevos talleristas de la décima escrita, tiende a destacarse con sentido crítico el canon de la literatura clásica. Se lucen tras la utilización de su modesto arsenal tropológico, y en sus historias fluye la psicología de autor por encima de la perspectiva de un narrador circunstancial. Expresan sus ambientes, tamizan la riqueza tradicional en que se mueven, poniendo el mismo cuidado que los buenos repentistas en la estructura sonora. Ya componían sus décimas antes de 1959, y van a seguir haciéndolo por mucho tiempo, antes de que concreten su identidad en un libro, la antología Tamarindo dulce(1997), selección parcial de su variopinta producción literaria.
Cuando surge el tema del “período gris” de la literatura cubana —quinquenio, decenio, o más—, con frecuencia caen en una seria omisión tanto quienes subrayan miserias evidentes del proceso editorial de esos años (¿…1970-75-80… ?) como quienes aducen el flujo de una obra subterránea, que los escritores guardaban con precaución en las gavetas y bajo los colchones, o que nunca fue suficientemente reconocida por los dispensadores de la vida pública. Quizás ganaríamos mayor claridad sobre lo complejo de nuestro devenir literario nacional, si pusiésemos empeño en satisfacer a fondo una interrogante: dentro de esos años críticos, ¿dónde situar la labor de los decimistas? Es cierto que los medios de comunicación masiva hicieron —y hacen— poco favor a estos bates, utilizándolos en sustitución de amplificadores de consignas, que hacen brillar por su ausencia las contradicciones y problemáticas de actualidad. Su papel habitualmente fue —y es— reducido al de amplificadores pasivos, ornamentos para un discurso retórico y político. Tema favorito de las loas literarias entonces puestas de moda, fue la miseria del régimen derrocado y el progreso traído a la vida en los campos: por considerársele expresión directa de los más afectados, a la décima se le exigió dar testimonio. Pero aún en estas circunstancias, por tradición, los decimistas —tanto los improvisadores como aquellos que se consagraban a la escritura—, mantuvieron una extraña resistencia lírica, incapaz de levantar sospechas: su relación privilegiada con el paisaje —perspectiva entre las más auténticas y eficientes que ha habido siempre en lo tocante a sensibilidad— cavaba en la vida literaria nacional y hacia el interior del verso una trinchera tan amplia como el propio horizonte sobre las llanuras de Cuba, que redefinía, segundo a segundo, la posición del hombre en el cosmos, y en la poesía.
Sobre ese diálogo profundo con la naturaleza empezó a levantarse el reino de la imagen en los albores de la humanidad, y de ahí han venido siempre sus grandes renacimientos. Así sucedió en Cuba, en las zonas de nuestra historia más tangibles, pero también en las menos. Entre estas últimas, tuvieron destaque algunos nombres del grupo de poetas que fundó en la ciudad de Morón el Taller Literario Javier Heraud (1968) y en la ciudad de Ciego de Ávila el Taller Literario César Vallejo (1969). Con cierto desdén hacia la parafernalia de una poesía “comprometida socialmente”, rescataban los temas de la tierra, la sensibilidad del campesino, por lo que algunos causaron asombro y lograron reverencias como premios nacionales. Un título sintomático, Canto a la sabana(Eds. Unión, La Habana, 1996), escrito y ampliamente conocido en la década de 1970, vino a publicarse casi treinta años después. Estos literatos del Vallejo y el Heraud, no son los mismos idólatras exclusivos de la espinela que encontramos en el Taller de Decimistas Juan Cristóbal Nápoles Fajardo; por el contrario, la preferencia de la estrofa entre ellos es parte de una relación más abierta con la tradición, y aún quienes la cultivan lo hacen eventualmente, tomándola por ejercicio que se rinde ante el lustre de una tradición clásica española. Con su acto de fe, sin embargo, desarrollan por otros caminos el aporte de sus coterráneos escritores de ascendencia repentista.
La nota de contracubierta del libro Del pecho como una gota (Eds. Unión, La Habana, 1990), explica: “El poeta en sus años de aprendizaje, escogió la décima para volcar en esa estrofa sus andanzas de joven enamorado de la vida y de su tiempo. Y quien dice décima —en Cuba— dice poesía de la tierra, fruto o flor, que rezuma jugos elementales… “. Quienes ejecutaron esta escaramuza literaria desde la zona central del país, que no ha pasado de ser más que una curiosidad museológica para editoriales y críticos, usualmente son definidos como los “Tojosistas”. El término, peyorativo, al parecer vino sobre sus cabezas por error, como signo de su mal hado, cuando la persona que dirigía por entonces el Instituto Cubano del Libro quiso referirse en realidad a quienes desde las urbes imitaban su retórica por mimetismo, es decir, hacían “vuelos” esporádicos para posarse en una realidad agreste que no era la suya.
Ocurrido el descalabro del período gris de la literatura cubana, el colapso histórico —biológicamente su muerte y desaparición sería un proceso menos aprehensible—, entre la mitad de los años 80 y principios de los 90, Ciego de Ávila no tuvo a la décima como especial signo de experimentación. Fueron años de ruptura en la poesía nacional, abierta vocación contestataria, y, mientras viejos decimistas siguieron haciendo lo suyo, el versolibrismo impuso su tono. Se tendía a recuperar influencias extranjeras, en busca de romper aquellas clausuras impuestas a la poesía, y abrir intercambio con literaturas contemporáneas para decantar las últimas subversiones habidas en el lenguaje. Gozar estas y otras conquistas, trajo por último una promoción de los años 90 desasida casi en lo absoluto de la discusión sobre el compromiso social del escritor. Volcados hacia su intimidad, los más jóvenes literatos asumen por línea general un sentido de oficio y autonomía que no habían conocido ningunas de las generaciones anteriores.
De una forma u otra, casi todos estos poetas trabajan en instituciones culturales y se mantienen ligados a proyectos literarios. El Centro Provincial del Libro, que desde hacía años venía editando humildes plaquettes, en 1996 saca a la luz sus primeros libros bajo el sello de Ediciones Ávila, lo que da inicio a un serio proceso de publicaciones en la provincia, que ya en el 2000 se concreta con la aparición del Centro de Promoción Literaria Raúl Doblado, y a partir de entonces la edición anual de varias decenas de títulos, entre los que sobresalen no pocos decimarios. La revista Imagode la Diócesis Católica, fundada en 1997 con el concurso también de algunos poetas, publica una selección de décimas que reúne tanto a improvisadores como a escritores, y convoca el concurso “Décimas a la Virgen”. La revista Videnciade la Dirección Provincial de Cultura, fundada en 1998, dedica su tercer número a la cultura popular y muestra una amplia selección de las décimas tradicionales recogidas en la provincia. En el panorama de un sereno eclecticismo, cuadernos aparecidos a finales de esta década y principios del nuevo milenio —en la provincia, en otras editoriales del país y en el extranjero— reservan siempre para la décima espacios de preferencia, a veces secciones enteras. Pero el amor por la estrofa se expresa ahora, entre la promoción de los 90, con una pérdida del espíritu de sumisión a asuntos y diseños formales, mediante una asimilación muy íntima de sus posibilidades retóricas, poniendo énfasis en que la cosmovisión personal no sufra quebraduras entre un poema de verso libre, un soneto o una décima. El universo referencia) en este orden de ganancias, se dilata y complejiza.
Hoy coinciden autores de diversas promociones en plena capacidad creadora. Literatura oral y escrita, aunque aglutinen posturas radicalmente distanciadas de la realidad de otros tiempos —para bien o para mal, según diferentes tópicos—, comparten sus signos de madurez. Al movimiento de poetas improvisadores, y a las filas heterogéneas e indetenibles de poetas populares, siempre los escritores deberán agradecerles este estado de sugestión y permanencia que destaca a la décima en el ámbito nacional, convertida en líquido amniótico que lo ciñe todo y sirve para purificar al máximo la relación del público con la producción artística. Por otro lado, a partir de experimentaciones que impulsan escritores centrados en la articulación de su identidad, van explorándose los límites de la expresión verbal, y el gusto por la décima suma nuevas e impredecibles levaduras. Trabaja la poesía cubana en su condición de país y pueblo, por la búsqueda de su unicidad ante brisas marinas, cargadas potencialmente de herrumbre, que se cruzan sobre portales, baten llanos y lomeríos. La décima late desde el fondo brumoso de nuestra eternidad insular, sin dejar un instante de ser el sedimento vivo. Espiga madura, viene a comprobar que, si todos nuestros huesos caben en la tierra, toda la tierra cabe en el canto que alzan las semillas. Ciego de Ávila aporta su frase al horizonte de ecos.
Prólogo de: Antología de la décima cósmica de Ciego de Ávila, Cuba (Frente de Afirmación Hispanista, México DF, 2002).