A la hora que un portazo
La oscura sangre espejos fríos abovedaba
a la hora que un portazo era mi alma en el tiempo.
La piedra sonora que hubo de serme prometida
no está mientras los pájaros despabilan mi pecho.
¿Qué mentir? Si en la fuga
no completé el soborno de la noche,
no fui en su bauprés la naranja llagada,
¿de qué rostro o rincón salto con estos ojos?
El peso de la luz ¿qué naufraga en el pecho?
Ni la palabra noche, ruido o pecho
son mías, ni la palabra palabra.
Hice entrada tarde en todas las formas,
transido, fina cáscara de sombra en torno a un fósforo.
Islas luengas suenan dentro de mi isla.
Boca de semillas secas la noche.
Enciendo las bajas palabras que otros
se gastaron en huir de Polifemo ciego,
las tristes, las oscuras, silenciosas,
para salvar el vado que me aparta a mí, grieta,
de mí, luminosa torre de pájaros.1
El mayor dolor es también sólo un contorno.
1 Octavio Paz
En: Revelaciones atado al mástil (Ediciones Ávila, Ciego de Ávila, 1996).