señal interrumpida
morir de verdad, idea simple, deja en blanco en medio del mercado
y se siente un nudo como si debiera pagar burlas y golpes
tan carne de mi carne
y llevarlos a casa,
—dios, legumbre de un día—, los gritos y las cáscaras
de quienes ven por donde van,
celebran sólo el desconocimiento que se les abre
y me ciñen como ejército rabioso ante la posibilidad de entrar al yugo.
pero no siempre fue así.
no siempre
tuve que pedir disculpas por la oscuridad.
la primera vez era un país sin discurso, estudiosa joroba, violines sus visiones
—y durmió
oscuridad perfecta como un tazón de cerveza helada
en el hueco de mi ciudadanía.
iba a ser mi primera mujer, se convirtió en la última puerta
que echaría abajo / fuera. única abotonadura.
dijo mi hermano cómo yo no sabía pasar la aguja por las cosas.
te vas poniendo lento, no atinas por qué irte, ni una castidad en vuelo rasante.
ni domingo cortés, dijo,
/ las cosas /
ojo de la aguja sin querer empujó a soñar guerras de África
como pliegos del tabernáculo y cualquier nombre rociado allí entre ceniza,
tórax cosido a tierra limpia entre tierra incandescente.
pero no obtenía desvestirme, leer tan lejos ni tan rápido que viniese a escurrir
mi castillo de hierba,
mi casa apretada en una clepsidra desde la cocina al televisor
pasando por la arruga de la madre bajo colcha doble.
morir —la verdad— era otro idioma, contemplación distinta a sumar
o restar novias con los dedos,
un juego de cubiertos
nunca visto en la mesa.
idea tan cerrada me hacía disiparme en constelaciones
gesticulantes a los costados. abierto deseo vivo.
necesité mi llegada: era cuando aceptaba todas las cosas unidas,
trabadas entre sí, que no parecían el vaso de una trampa.
medía cómo obtener acorde que hiciese rodar
campana de la noche
sobre mi cabeza. y la certidumbre
del recuerdo vibrante como cuerda
daba energías para esperar entrasen más animales antes del golpe,
se uniesen bajo la campana
en su oscuro apetito
nuevas cansadas bestias.
será después de la serie mundial, pensé. y tuve tiempo para seguir por Radio Martí
jonrones de Canseco dándole cielos a Oakland sobre San Francisco.
será —pensé después— después,
cuando el baseball debute en las olimpiadas.
no sin la alegría de esperar despierto la primera noche televisiva por satélite
y entrar y salir —hice algo parecido a un croquis— por cordón umbilical y aislante
de un zeppelín atado a Cayo Hueso,
atado para mí a la sombra blanca de la virgen triste
como un beso febril sin dejar huella.
podía anticiparme a Juana Borrero
y visitar la tierra de jardín donde iban a hundir el lagar de su carne.
será —entonces parecía pronto—
más tarde, mejor
cuando bíceps y tríceps de World Series
pasen como una máquina sobre césped de nuestros amateurs borrachos y mujeriegos.
y tenía tiempo, aunque parecía que no,
/ el tiempo /
para seguir la aguja con que mi madre fabricaba flores
del sueño al piso al sillón a la mesa al sueño:
desde el dedo tan negro al botón rojo.
el poco tiempo para convertirme en mi hermano
y sacarme
a pasear / a pasar
por las pequeñas horas una obediencia más fina.
En: Caja negra (Ediciones Unión, La Habana, Cuba, 2006).